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El muro |
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Editorial publicado en la Revista Telemundo el 12 de diciembre 2016 |
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Por José Antonio Fernández Fernández
Las niñas y niños de la familia habían crecido y una noche se pusieron de acuerdo con su madre y su papá para organizar ese muro, esa pared de la casa que en realidad a nadie le gustaba. Transformaron ese muro y le dieron un espíritu curioso: no separaba, sino unía a la familia y también a los visitantes. Era un muro de luz.
El muro era alto, ciertamente largo y tenía el pecho abierto para que en él cada miembro de la familia colocara su historia y la contara a todos.
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Como todos los miembros de la familia tenían algo que colgar en el muro, en esa gran pared que estaba cobrando vida hasta convertirse en emblema de la familia, una noche debieron reunirse todos para organizar el territorio vertical. Se escucharon distintas propuestas, pero una logró convencer a la familia entera, hasta a los dos bisnietos que sonrieron de alegría cuando vieron a la familia entera aplaudir.
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La propuesta aceptada tenía una organización peculiar. Como los miembros de la familia rechazaron un administrador único del muro, la decisión fue que cada quien tendría su clavo en el muro. Esa misma noche los clavos fueron colocados de forma irregular, no dividieron el muro en partes exactas, colocaron los clavos a ojo en presencia de todos. Con pintura de uñas pintaron cada clavo de un color distinto y escribieron la Lista de Clavos con el nombre del “propietario del clavo” en una libreta “para evitar problemas el día de mañana”.
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La segunda regla adicional al “Cada quien su clavo”, fue que nunca se colocaría ningún mueble pegado a ese muro, quedaría limpio a la vista, de piso al “cielo”. Cada quien debía utilizar su clavo colgando sus experiencias, deseos y emociones con sensibilidad, lo que significaba no bloquear los clavos vecinos ni acaparar el muro en mal plan. Confiaron que el sentido común sería la mejor guía. Así sucedió.
La tercera y última regla acordada sellaba el espíritu del muro: cada quien colgaría en su clavo eso que le significara. Lo haría con total libertad. No necesitaba el permiso de nadie y podía cambiar la pieza colgada las veces que quisiera y a cualquier hora.
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El muro de la familia es todo un éxito. Cada quien ha cuidado celosamente su clavo, ahí en la gran pared se han colgado sentimientos y emociones profundas, momentos de vida gloriosos y recuerdos magníficos, imágenes en blanco y negro y a color utilizando todo tipo de técnicas en papel, tela y distintos materiales. La familia entera se ha motivado a tener experiencias y encontrar motivos para colgarlos en el muro. Todos han ido cambiando sus piezas con el tiempo, y cuando colocan esa nueva imagen cuentan la historia que la llevó hasta ahí, les da orgullo. Uno de los nietos siempre dice: “me encanta oír la historia de cada clavo, y cuando yo sea grande también quiero mi clavo, voy a colgar mis videos. No sé como, pero los voy a colgar en el muro”.
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El muro de la familia se ha hecho famoso en todo el barrio. Tiene tanta fama el muro, que a espaldas del muro, en donde vive la familia vecina, toda la familia se puso también de acuerdo para tener cada quien su clavo en el nuevo muro de la familia. Todos votaron y aprobaron las mismas tres reglas: cada quien su clavo, libertad total para colgar cada quien la pieza que mejor considere y nunca tapar el muro con ningún mueble.
Al tiempo llegó un periodista al barrio, preguntó por el muro que une. Le dijeron que era un caso único en el mundo. Luego de conocerlo, al volver a casa lo primero que hizo fue hacer una propuesta especial a su familia (J.A.F.)
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